Actividad 18. Una clase dividida.
El paradigma del grupo mínimo da nombre a un conjunto de experimentos que se llevaron a cabo durante los años 70. El objetivo fue demostrar que bajo unas condiciones (la categorización del grupo), se podía modificar la conducta grupal. El ejemplo más claro y quizás impactante es el que Jane Elliot (1968) llevó a cabo con sus alumnos de ocho años.
Jane Elliot era una joven profesora cuando realizó este experimento por primera vez en 1968, a raíz del asesinato de Martin Luther King (en Memphis, 4 de abril, a los 39 años de edad). La activista contra el racismo, defensora de los derechos de la comunidad LGTB y feminista, realizó un ejercicio con sus alumnos para demostrarles, no solo a ellos sino al mundo, lo absurdo de discriminar, en este caso, por el color de piel. Más de cuatro décadas después, su prueba sigue siendo un ejemplo de investigación psicosocial al que debemos prestarle atención.
El viernes 5 de abril de 1968 la maestra Jane Elliot les preguntó a sus alumnos si es que en los Estados Unidos había personas a las que se les tratara distinto. Los niños, que bordeaban los ocho años, respondieron que sí: “Los negros, los indios y los asiáticos”. Al consultarles qué sabían sobre ellos, los alumnos describieron a estos grupos con estereotipos raciales. Es así que la maestra les propuso realizar un experimento. Los niños, entusiasmados, respondieron afirmativamente.
La maestra Elliot dividió a los alumnos en dos grupos: los que tenían ojos azules y los que tenían ojos marrones. Le dijo a la clase que los primeros eran superiores a los segundos e hizo que los de ojos azules les colocaran collares de tela a los de ojos marrones para marcar más las diferencias.
La profesora les dio a los niños de ojos azules una serie de privilegios sobre sus compañeros: ellos tendrían cinco minutos extras en el recreo, doble ración de comida a la hora del refrigerio y podían beber agua del bebedero con normalidad. Mientras tanto, los de ojos marrones tenían que usar vasos de cartón con sus nombres, no podían usar los juegos del patio y no debían juntarse con los otros niños. Además, cuando se presentaba la oportunidad, Elliot destacaba los aspectos negativos de estos últimos.
Los niños de ojos azules mejoraron su rendimiento mientras que los discriminados decayeron en el suyo. Para sustentar su acción, la profesora hizo uso de explicaciones pseudocientíficas, afirmando que la melanina, responsable de determinar -entre otras cosas- el color de los ojos, influía también en la inteligencia de cada grupo, siendo más favorable para los que tenían ojos azules. Por la tarde de ese mismo día, los niños discriminados declararon: “Parecía que todo lo malo nos sucedía”. “La manera en la que nos trataban nos hacía sentir sin ganas de hacer nada”. “Parecía que la señorita Elliot nos estaba quitando a nuestros mejores amigos”.
Al segundo día, la maestra les tuvo otra sorpresa. Esta vez los papeles se invirtieron: Los niños de ojos marrones recibieron los privilegios que antes tuvieron sus compañeros y a los de ojos azules se les colocó el collar de tela y fueron tratados en forma discriminatoria. Los niños de ojos marrones -esta vez los superiores de la clase- tardaron algunos minutos en acostumbrarse pero los resultados fueron asombrosos. Cuando se les tomó el tiempo para resolver tareas, lo hicieron más rápido que el día anterior.
La señorita Elliot les preguntó a todos cómo se habían sentido con el experimento los días anteriores. Inmediatamente, estalló una lluvia de quejas sobre lo mal que se habían sentido. Cuando Elliot les preguntó si debería influir el color de la piel en cómo se trata al resto, los niños solo tenían una respuesta para ella: “No”.
Este experimento fue grabado en 1970 y el vídeo fue incluido en el documental "A class divided" (1985) de William Peters, donde se reunió a la misma clase 15 años después para preguntarles cómo había influido este episodio en sus vidas. En él, la profesora Elliot declaró:
“He observado como en 15 minutos, niños maravillosos, cooperativos, estupendos y considerados, se han vuelto horribles, perversos discriminadores. Creo que he aprendido más de los que se consideraban superiores porque sus personalidades han cambiado más que las de los que se consideraban inferiores”.
Una reflexión que me gustaría plasmar aquí sería la de: ¿cómo hubiese reaccionado yo a este experimento?. Tuve la gran fortuna de ir al colegio con un par de amigos (luego la pandilla creció, y pasamos a ser más que dos o tres mequetrefes mocosos) a los cuales conocí, ya en la guardería de al lado de nuestras casas (eramos casi vecinos). Y aunque ya no marquemos el famoso 979...(983 para los vallisoletanos) con la ilusión de preguntar a María de las Nieves si sus hijos pueden salir a jugar a la pelota, el escondite, tazos, gogos, campos quemados o... simplemente a dar una vuelta; bien saben Nieves y Paloma, (que ahora se hablan por whatsapp) que sus hijos siguen siendo amigos. Casi 24 años de amistad...se dice pronto. Ya no nos une el mismo horario escolar (que decía que después del recreo tocaba Educación Física, menuda suerte, el partido de fútbol iba a durar el doble. Y el 8-5 que reflejaba el marcador en ese momento, se dibujaba fácil de voltear), ni la misma profesora, ni siquiera el mismo canario (mascota oficial de la clase, que casualmente pasó de ser azul a amarillo a la vuelta de Navidad); lo que sí nos unen son esos recuerdos, tan agradables, sinceros, alegres, divertidos, risueños, felices...tan amistosos, en definitiva, que se me hace muy duro pensar que yo me hubiese convertido por unos días en un vil y cruel discriminador. El experimento ahí está y sus conclusiones y resultados así lo exponen: esos niños maravillosos se tornaron en una versión muy desanimada para los ojos del espectador. Podría decirse que encuentro algo de consuelo, al pensar que mis amigos eran ojos marrones, al igual que yo.
Queda por tanto reflejada,en este experimento, la capacidad del profesor para poder influir en los pensamientos, emociones y conductas de sus alumnos. Este hecho no puede quedarse en el tintero y hay que tenerlo en cuenta en cada clase impartida, cada vez que se prepare el temario a dar, cada actividad a realizar...lo que digamos, hagamos, pensemos puede llegar a calar hondo en las mentes de nuestros educandos. Éstos no solo van a aprender de Matemáticas, Física, Música, Inglés o Biología. También van a hacer caso, al menos por la parte que les interese, a nuestras anécdotas, ideas y formas de tratar y ver cualquier tema u asunto. Por tanto, tenemos que medir bien nuestras palabras y acciones. Tienen un gran poder y, a su vez, una gran responsabilidad.
Fue el 11 de abril de 1945 cuando Franklin D. Roosevelt (32.º presidente de los Estados Unidos) se dirigió al pueblo americano con un discurso que quedará en la historia por tratarse de su último mensaje a la ciudadanía antes de morir un día después. Dicho discurso contenía la famosa frase “Great power involves great responsibility”, he aquí la cita entera:
“Today we have learned in the agony of war that great power involves great responsibility. Today we can no more escape the consequences of German and Japanese aggression than could we avoid the consequences of attacks by the Barbary Corsairs a century and a half before. We, as Americans, do not choose to deny our responsibility.”
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